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Cumplir años en New York




De cumpleaños, pedí al cielo un día más deleitando mis ojos con New York, escogí una locación perfecta, donde no cobraran la entrada a ser feliz, donde el aire fuera tan puro, que hasta los pulmones lo agradecieran, un lugar comandado por un capitán, cuyo corazón fuera más grande que el mismo barco que comandaba y el arreglo más importante del día, fuera recibir un café a cambio de permitir que una ciudadana del mundo entrara a la cabina junto a sus amigos tripulantes, donde cruzamos puertas delgadas, saludamos a varios navegantes con trajes que colgaban medallas y usaban sombreros con formas de barcos, quienes nos llevaron por pasajes secretos, y por cada "Bienvenidos" se escuchaban 7 voces dando las gracias en medio de sonrisas. Subimos por escaleras apretadas y nos llevaron a el lugar donde ocurre la magia, donde se comarca el trayecto, llegamos a un parque de diversiones para los dedos, llenos de botones, pantallas, luces y un sin fin de códigos. Llegamos a la cabina del barco y caminamos por la pista de aterrizaje de los helicópteros.




Un barco para navegar mares de risas, que se balancee al ritmo de las olas de la vida, en donde la vibración del motor busca llegar hasta la suela de los zapatos con el único fin de hacer cosquillas, un barco que persiga el sol y nos cuente como la punta de los edificios altos quieren pinchar las nubes, reflejar en sus vidrios el cielo y mostrarle a los visitantes el secreto de su encanto. Un ferry en el que mis ojos buscaban los edificios más coquetos de esta ciudad, donde los puentes dejaron de ser los que unen terrenos y se convirtieron en el complemento del mar, donde la señorita libertad no es la única que se siente libre y no era necesario pedir un pellizco que confirmara no estar soñando, porque la brisa se encargaba de congelar cachetes sonrientes y contarte lo vivo que estás.




Así fue como nos subimos en el ferry que deja New York para llegar a Staten Island, en donde el cupo de pasajeros es de 3mil personas por viaje, sin ningún costo, y que departe cada hora. Así fue como viví mi cumpleaños número 23, de la misma manera que miles de personas hacen este recorrido, en el que unas horas se convirtieron en toda una experiencia. No les aseguro que el capitán acepte de nuevo un café, pero si podrán ver y saborear los mismos paisajes que yo, mientras disfrutaba un café para llevar.


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